Cádiz
al atardecer
JUEGOS
En este mes de mayo, propicio para
disfrutar de las azoteas, recuerdo que entre muro, muretes, poyetes y sabanas
colgadas al sol jugaban los niños en las azoteas. El tipo de juego dependía de
la edad de cada niño o niña. Mientras unos jugaban al “escondite” otros jugaban
a la pelota, a saltar o simplemente a contarse cosas.
Las madres mientras tanto esperaban charlando
poder recoger la ropa colgada. “Pepi, quieres decirle a los niños que no corran
tanto, que Juan trabaja de noche y no puede descansar con tantas carreras”. ¿Y
qué hago con los niños?”. “Lo que quieras, pero que dejen de saltar y jugar a
la pelota”. Este era el típico diálogo entre una vecina del último piso y otra
que estaba en la azotea. La cosa no pasaba a más, salvo que entre las dos
hubiese algún tipo de pique.
Al poco rato las madres recogían la
ropa y marchaban con los niños a sus
pisos. Estos tenían que hacer la tarea que le habían mandado en el colegio, el
tiempo había estado bueno y las madres se habían distraído haciendo sus
quehaceres.
Esto de los juegos no siempre ocurría
en todas las azoteas, en muchas de ellas no había suficientes niños para los
juegos.
Desde el pretil de mi azotea y según
el viento reinante se podía escuchar a los niños jugando y gritando en la no
muy lejana plaza de Mina. Recuerdo que no hace mucho tiempo daba yo un paseo
por dicha plaza y afortunadamente había niños jugando como antaño, lo que me
llenó de alegría. Algún terreno le han quitado las terrazas montadas por los
bares cercanos, pero también la cantidad de niños ha descendido y los padres
tienen donde conversar.
Decidí dar un paseo por la plaza y
recordar tiempos antiguos. Por lo que he leído esta plaza fue huerta y
enfermería de los Franciscanos hasta que quedó liberada con la desamortización
de Mendizábal en 1838. Recibió el nombre
de Mina en honor de Francisco Espoz y Mina, vasco de nacimiento y militar de
profesión que fue ascendido hasta Jefe de Brigada en 1812.
Esta plaza está rodeada de hermosas
casas donde habitaron ilustres vecinos.
Tiene como edificio principal el Museo de Bellas Artes. También se puede
observar en el nº 3 dos lapidas que nos
recuerdan que ahí nació, el 23 de noviembre de 1876, el célebre compositor
gaditano Manuel de Falla. La finca nº 6 es una casa palacio de 1820 de estilo
barroco neoclásico con un patio de gran belleza, últimamente ha sido reformada
toda la finca al haberle hecho entrega
como donación su última propietaria Dª. Carmen Martínez de Pinillo al
Ministerio de Cultura para la ampliación del
Museo de Bellas Artes
En otra de estas fincas nació el
geólogo José Macpherson y Heras, hijo de un prospero escoses afincado en Cádiz.
En el nº 16 se encuentra el Colegio Oficial de Arquitectos de Cádiz. Al lado
vivió y tuvo su sede la empresa naviera de D. José Matía Calvo, “Matias,
Menchacatorre y Cía” dedicada a la exportación de sedas, otro vasco de
nacimiento afincado en la ciudad a la cual legó su inmensa fortuna para obras
de caridad como un asilo para pobres. Actualmente el edificio está ocupada por
la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía.
Y qué decir de nuestro Museo con
pinturas, entre otros, de Zurbarán, Alonso Cano, Rubens y Murillo. Allí se
conservan los hallazgos de la época romana provenientes entre otros de Baelo
Claudia, Medina Sidonia, Santi Petri y la propia Gades.
Cuanta cultura encierra esta plaza
entre sus paredes.
Cae la tarde y los chicos se van
retirando, es hora de ir a casa, me cuentan que cuando llega la noche la plaza
se va poblando de gente joven deseosa de tener una conversación y compartir
algunos una copa, estos serán los que más tiempo probablemente duraran en ella.
Cerca del amanecer y a la retirada de estos
entra el servicio de limpieza del Ayuntamiento para retirar la mala cultura
allí depositada.
Al repuntar las mañana y con los
primeros rayos de sol, los pájaros que han sido testigos desde la copa de los
arboles de la agitada noche, comienzan a despertar la plaza con sus cantos y
revoloteos, es el ciclo natural.
Los olivos no los levanto la nada, ni
el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Del
poema Aceituneros de Miguel Hernández
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