martes, 16 de mayo de 2017

El lavadero



¿Quién dijo que los perros no leen?  
                                                                   Foto con permiso del autor

EL LAVADERO

El lavadero solo lo he tenido en mi primera azotea. Era una habitación construida sobre el techo del último piso, más o menos grande según los vecinos que componían el edificio. Sobre bases de madera o mampostería ya instaladas, cada vecina colocaba su lebrillo de barro o zinc. Sobre el lebrillo ponía su tabla ondulada para restregar la ropa sucia y no muy lejos el jabón verde,  el mejor para escamondar.
Al lado siempre  un cubo de zinc para el traslado de la ropa y algún utensilio más que no recuerdo. Ya solo faltaba lo más importante, los riñones y brazos de las mujeres trabajadoras
Previamente a todo esto teníamos que haber subido a peso el agua necesaria para la colada ya que la fuerza de esta solo llegaba a los primeros  pisos. La traíamos hasta  nuestras casas desde el servicio público instalado en la plazoleta de la Torre Tavira, donde había  una pequeña fuente artificial con tres o cuatro caños.
Cuando las colas se ponían abarrotadas por la gran cantidad de personas esperando su recogida quedaban algunas alternativas, como pagar a un aguador para que te la subiera al piso o acudir a comprarla, normalmente en una carbonería y subirla tú después.  Para  las dos necesitábamos recursos económicos.
Sobre las paredes del lavadero se colocaban algunos cordeles para tender en los días de lluvia alguna ropa urgente. El techo de vigas y ladrillos servía para formar esa segunda azotea o mirador. La puerta que daba entrada a la azotea tenía un cerrojo, el cual se abría para acceder, y debía cerrarlo el último que saliera, normalmente antes de la caída del sol.  
Los lavaderos tuvieron utilidad  hasta cuando llegó el agua corriente a los pisos y se pudieron  instalar en ellos las lavadoras de turbina. Fueron la primera generación de estos electrodomésticos llegados a Cádiz.  La ropa después del lavado se tendía  en los cordeles, pero ahora del patinillo interior.
La finca de mi azotea forma una esquina y tiene la ventaja  de tener dos pretiles uno a cada lado de sus dos calles. Desde ellos se puede contemplar casi toda la ciudad, si falta algo por ver solo tienes que subir a la doble azotea o mirador. También tiene mi azotea  un hermoso patinillo. Une los dos pisos que tiene cada planta y desde allí nos comunicábamos con otra zona de nuestra casa o con lo vecinos sin necesidad de utilizar el “móvil”, porque no existía claro.

Saludos a tod@s.

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. A. Machado




3 comentarios:

  1. Me encanta lo que nos cuentas porque nos trasladas al pasado..a la historia de la forma de vida de nuestra ciudad que tan interesante es. Gracias Manolo!!

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  2. estoy entusiasmada con tus relatos parece que estoy alli, sigo esperando con mucho interes. BESOSSS

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Caminante

Caminante Nunca me hubiera yo imaginado escribir 50 blog,perdón, ni uno .Escribir nunca ha sido lo mio , pero saltó esta oportunidad...