El lavadero
¿Quién dijo que los perros no leen?
Foto con permiso del autor
EL LAVADERO
El lavadero solo lo he tenido en mi
primera azotea. Era una habitación construida sobre el techo del último piso,
más o menos grande según los vecinos que componían el edificio. Sobre bases de
madera o mampostería ya instaladas, cada vecina colocaba su lebrillo de barro o
zinc. Sobre el lebrillo ponía su tabla ondulada para restregar la ropa sucia y
no muy lejos el jabón verde, el mejor para escamondar.
Al lado siempre un cubo de zinc para
el traslado de la ropa y algún utensilio más que no recuerdo. Ya solo faltaba
lo más importante, los riñones y brazos de las mujeres trabajadoras
Previamente a todo esto teníamos que haber
subido a peso el agua necesaria para la colada ya que la fuerza de esta solo
llegaba a los primeros pisos. La traíamos hasta nuestras casas
desde el servicio público instalado en la plazoleta de la Torre Tavira, donde
había una pequeña fuente artificial con tres o cuatro caños.
Cuando las colas se ponían abarrotadas por
la gran cantidad de personas esperando su recogida quedaban algunas
alternativas, como pagar a un aguador para que te la subiera al piso o acudir a
comprarla, normalmente en una carbonería y subirla tú después. Para
las dos necesitábamos recursos económicos.
Sobre las paredes del lavadero se
colocaban algunos cordeles para tender en los días de lluvia alguna ropa
urgente. El techo de vigas y ladrillos servía para formar esa segunda azotea o
mirador. La puerta que daba entrada a la azotea tenía un cerrojo, el cual se
abría para acceder, y debía cerrarlo el último que saliera, normalmente antes
de la caída del sol.
Los lavaderos tuvieron utilidad
hasta cuando llegó el agua corriente a los pisos y se pudieron instalar
en ellos las lavadoras de turbina. Fueron la primera generación de estos
electrodomésticos llegados a Cádiz. La ropa después del lavado se tendía
en los cordeles, pero ahora del patinillo interior.
La finca de mi azotea forma una esquina y
tiene la ventaja de tener dos pretiles uno a cada lado de sus dos calles.
Desde ellos se puede contemplar casi toda la ciudad, si falta algo por ver solo
tienes que subir a la doble azotea o mirador. También tiene mi azotea un
hermoso patinillo. Une los dos pisos que tiene cada planta y desde allí nos
comunicábamos con otra zona de nuestra casa o con lo vecinos sin necesidad de
utilizar el “móvil”, porque no existía claro.
Saludos a tod@s.
Caminante, no hay
camino, se hace camino al andar. A. Machado
Interesante
ResponderEliminarMe encanta lo que nos cuentas porque nos trasladas al pasado..a la historia de la forma de vida de nuestra ciudad que tan interesante es. Gracias Manolo!!
ResponderEliminarestoy entusiasmada con tus relatos parece que estoy alli, sigo esperando con mucho interes. BESOSSS
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