Desde estas páginas quiero recordar las
tres azoteas de las casas donde he vivido. La primera es la que más recuerdos
me trae, desde que tuve uso de razón hasta que cumplí los veintitantos años. Los
años de más recuerdos son de mediados de los cuarenta hasta final de los
cincuenta, y son de mi primera azotea. Más tarde, durante algo más de un año
estuve en la segunda, y desde el año 1968 me asomo a la tercera azotea.
Presentación
Cádiz, desde mi azotea te contemplo, orgulloso de haber
nacido en esta casa. Tengo el privilegio de tener una azotea desde donde poder
ver y escuchar tus torres campanarios, las más cercanas las de las iglesias de San
Lorenzo y San Antonio y un poco más alejada
la catedral. A muy pocos metros se
encuentra la montera con el patio acristalado del primer colegio de San Felipe Neri,
al lado la Iglesia de San Felipe con su techo en forma de quilla de un barco al
revés. Allí los parlamentarios
discutieron y aprobaron la Constitución del 1812.
Durante mis
primero veinticinco años de vida, hasta que marché, pude contemplar desde mi
azotea la copa de los árboles del Parque de Genovés o darle la mano a la Torre
Tavira. El mar lo veía por poniente, a mis pies dos calles que se cruzan y
dividen la ciudad en cuatro gajos. Descansar, leer, pensar, charlar, contemplar,
todo desde mi azotea que es la más alta de mi entorno y situada en la parte más
alta de la ciudad, todo un gusto.
Mi azotea
tiene una parte más alta en forma de mirador, que se construyó sobre el techo
de los lavaderos. Éstos hace muchos años fueron convertidos en pequeños pisos. Se accede al mirador por una escalera formada por diez o doce
peldaños y es la cima desde donde puedo contemplar los encantos de mi ciudad.
Las azoteas
están divididas por muretes o poyetes, ninguna de las dos palabras figura en el
diccionario, pero es por estos nombres como se le conoce. Son una continuación
de los muros de la vivienda. Normalmente estaban adornadas con macetas y al
mismo tiempo servían para colocar el cubo con la ropa lavada mientras se tendía
en los cordeles destinados a tal fin. Allí se secaría la ropa y el sol sería el
encargado de dar el toque de color a cada una de ellas.
Dando pequeños saltos de una finca a otra se podía recorrer la manzana para charlar con algún amigo o vecino, en esta ocasión yo no voy a dar ningún salto, me voy
a quedar en mi azotea para contemplar mi Cádiz.
Estaré encantado de poder leer todas las historias que quieras compartir, todo un placer.
ResponderEliminarManuel, maravilloso el principio de este blog, con ganas de seguir conociendo esas azoteas!! Lo espero con ilusión! Adelante! Besos
ResponderEliminarMuy bonito relato....esperando conocer el resto de azoteas!!! J.Manuel P.T
ResponderEliminarMe encanta conocer más de Cádiz con estos recuerdos de tus azoteas!!! Esperando leer más!!!
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